metaforas de Dios
Teología

Repensar los modelos de Dios: Porque Dios no cabe en una sola palabra

I. El poder de la metáfora y el lenguaje

Las metáforas nos han acompañado desde el principio. Quizá fue esta capacidad de abstraer, de nombrar lo innombrable, lo que nos separó del resto de los seres vivos. De alguna manera, la metáfora ha sido nuestra forma de explicarnos lo inexplicable, de compartirlo con otros, y muchas veces, de sobrevivirlo. El lenguaje mismo es una metáfora del mundo real: ponerle nombre a los animales, a las plantas, a las emociones, nos permite entender y comunicar, pero también crear mundos.

Desde esta capacidad nace la religión: de la metáfora del misterio, del ser invisible. En el judaísmo, se hizo uso de esta herramienta para intentar comprender a Dios. Jesús mismo hablaba con metáforas: sus parábolas revelaban verdades profundas a través de imágenes cotidianas. Hoy nadie discute si un camello cabe literalmente por el ojo de una aguja; comprendemos que es una metáfora – o una hiperbole – que denuncia el poder paralizante del apego a la riqueza.

II. Las doctrinas como metáforas fijas

Uno de los errores recurrentes en la historia de la religión ha sido absolutizar la metáfora. Convertirla en doctrina, y la doctrina en dogma inamovible. No se trata de rechazar las doctrinas; muchas de ellas nacieron como intentos sinceros de responder a realidades complejas en contextos históricos concretos. Algunas, como la doctrina de la Trinidad, han sobrevivido por su riqueza teológica. Pero no deberíamos perder de vista que todas son interpretaciones humanas, provisionales y situadas. Necesitan ser continuamente reevaluadas a la luz del mensaje y la vida de Jesucristo.

III. Reevaluar las imágenes de Dios

La teóloga Sallie McFague nos invita a reconsiderar las metáforas que han dominado la comprensión de Dios: Dios como padre, como rey, como monarca. Estas imágenes cumplieron una función valiosa en sus contextos: comunicaban protección, poder, autoridad. Pero al pasar de metáforas a descripciones absolutas, muchas veces justificaron estructuras patriarcales, jerárquicas y opresivas. McFague escribe:

“Todos los modelos son inexactos, parciales e inadecuados; lo más que puede decirse es que alguno o algunos de los aspectos de la relación Dios-mundo quedan iluminados por uno u otro modelo de forma significativa para un tiempo y un lugar determinado”1

Por eso es urgente recordar que estas imágenes son solo eso: metáforas humanas, finitas, destinadas a ser superadas o transformadas cuando ya no liberan, cuando ya no aman, cuando ya no sanan.

IV. Nuevos paradigmas desde la historia y la tierra

Leonardo Boff, desde otra trinchera, también nos llama a imaginar nuevos paradigmas. La fe no puede responder a los desafíos actuales con imágenes del pasado. El modelo de Dios como rey o guerrero no dialoga con la crisis ecológica que vivimos. L. Boff propone un Dios que se vincula con el mundo como totalidad viva, como cuerpo interdependiente. Un Dios que sufre con la tierra y con los pobres. Un Dios encarnado en la justicia, la biodiversidad y el clamor de los oprimidos.

Es válido reconocer la fuerza simbólica que tuvo la metáfora de Dios como padre en la cultura israelita: evocaba protección, cuidado, provisión. Pero no podemos olvidar que era una cultura profundamente patriarcal. Tampoco podemos seguir hablando de Dios como rey sin matices, cuando Jesús mismo rompió ese paradigma. Su entrada a Jerusalén, sobre un burro y no con ejércitos, fue una parodia de los desfiles de poder. El Mesías no llegó para dominar, sino para servir.

V. Metáfora, revelación y esperanza

Revisar nuestras metáforas no significa traicionar la fe, sino serle fiel. McFague lo resume bien cuando dice que la resurrección es una historia que continúa: Dios no ha terminado de revelarse.2 Y L. Boff lo reafirma:

“Dios no ha concluido su obra ni nos ha acabado de crear… pues no se ha pronunciado la última palabra: ‘y Dios vio que era bueno’”.3

La historia de Dios con el mundo sigue abierta. Y mientras haya historia, Dios sigue hablándonos. Hoy nos habla desde la tierra herida, desde el grito de los descartados, desde la urgencia de repensarlo todo. Si la Iglesia quiere seguir siendo signo del Reino, necesita hablar de Dios con palabras que amen, que liberen y que encarnen la esperanza.

Como dijo Bonhoeffer: “La Iglesia es el lugar en el que se predica y acontece el proceso configurador de Jesucristo”.4 Si eso es cierto, entonces necesitamos un lenguaje que haga presente a ese Cristo hoy. Porque mientras haya esperanza, otro mundo es posible. Y mientras otro mundo sea posible, Dios sigue queriendo ser nombrado.

  1. Sallie McFague, Modelos de Dios: teología para una era ecológica y nuclear (Sal Terrae, 1994), 81. ↩︎
  2. McFague, Modelos de Dios, 109-110. ↩︎
  3. Leonardo Boff, Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres (Trotta, 2011), 50. ↩︎
  4. Dietrich Bonhoeffer, Ética (Trotta, 2000), 84. ↩︎

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