salvacion comunitaria
Teología

¿Y si la salvación no es personal?

1. Una salvación que no escapa del mundo

La salvación es una parte fundamental del mensaje cristiano, y en general, de la mayoría de las religiones. Cuando el ser humano se reconoce o se identifica con una religión, asume que no es autosuficiente, que necesita ser rescatado. Ese reconocimiento de la propia incapacidad es el primer paso. La fe, entonces, nos invita a imaginar un futuro mejor.

Sin embargo, la idea de salvación se ha deformado con el tiempo. Hoy, pensar en salvación suele significar una salvación individual y postmortem. De algún modo, esta visión responde a una resignación frente a nuestra condición y a nuestra situación. Son miles los factores que nos oprimen, y pareciera que no hay escapatoria. Nuestra única salida parece ser resignarnos a la idea de que, después de la muerte, quizá haya un poco de paz.

Y si bien esa esperanza puede hacer la vida más llevadera, también puede convertirse en una forma de perpetuar los sistemas corruptos y opresores. No se puede hacer nada contra el gigante, porque, por más que nos esforcemos, nuestros intentos parecen estériles. Cualquier esfuerzo parece inútil, y quienes se atreven a intentarlo suelen terminar crucificados, con la inscripción: Esto les sucede a los que desafían al imperio.

2. El Reino de Dios como esperanza concreta

El cristianismo responde a esa resignación con esperanza. Pero no una esperanza abstracta, sino concreta. Una esperanza que ya ha comenzado, pero que continúa y espera su plenitud. A eso es lo que Jesús llamó el Reino de Dios. Un reino que trae la ética del cielo a la tierra, que se identifica con el dolor de todas y todos. Comienza desde los márgenes: con los pobres, los excluidos, los olvidados. Alguien tiene que detener la rueda que parece imparable e imposible.

En el Reino de Dios no existe una salvación personal entendida en términos individualistas: uno se salva a través del otro. El mensaje es claro: nos salvamos todas y todos, o no se salva nadie. El rico no puede salvarse sin el pobre, ni el pobre sin el rico. El Reino ha comenzado, pero se completa con una salvación colectiva. Como lo anunció Isaías: cuando el león conviva con el cordero, cuando el niño juegue con la cobra. No hay Reino a medias tintas.

Paul Tillich plantea que la revelación y la salvación están intrínsecamente unidas: no puede haber salvación sin un acto revelador, y toda revelación auténtica debería conducir, eventualmente, a la salvación. Sin embargo, esta revelación es fragmentaria, porque el cristianismo vive en la espera de una revelación plena, de una concreción final. En ese marco, la salvación no puede entenderse como una experiencia aislada, privada, desligada del destino de los demás. Tillich lo expresa con claridad:

“La plenitud de la realización es universal. Una realización limitada de individuos separados no sería una realización plenaria, ni siquiera para estos individuos, porque ninguna persona está separada de las otras personas y del conjunto de la realidad de tal manera que pueda salvarse independientemente de la salvación de toda persona y de toda cosa.”1

La salvación verdadera no es un acto que me aísla, sino que me vincula más profundamente con el todo. No soy salvo “a pesar de” el mundo, sino “con” él y “en” él. El Reino de Dios, en palabras de Tillich, es ese espacio donde lo divino resplandece a través de todo cuanto existe; donde Dios es todo en todos. La salvación, entonces, no es el escape del mundo material hacia un más allá, sino la transformación radical del mundo mismo en transparencia de lo divino. Nos salvamos no cuando huimos, sino cuando todo resplandece.

3. Otra historia posible

La salvación, entonces, no es un boleto para escapar del mundo, sino una invitación a transformarlo. No se trata de esperar a que Dios haga todo desde el cielo, sino de reconocer que el cielo ha comenzado a irrumpir aquí, en gestos concretos de justicia, de compasión y de dignidad restaurada. El Reino de Dios no baja en nubes de gloria, sino que se encarna en cuerpos que luchan, que sueñan, que resisten. La salvación no es evasión: es compromiso.

Por eso, hablar de salvación es hablar de memoria, de pan compartido, de estructuras que deben caer y de vínculos que deben ser sanados. Es hablar de la posibilidad de otra historia, una donde los crucificados no sean silenciados, sino resucitados. Porque si la salvación no toca las heridas del presente, no es más que un mito. Pero si se atreve a habitar el sufrimiento, a interrumpir el orden y a despertar el deseo de otro mundo posible, entonces sí: es buena noticia.

  1. Paul Tillich, Teología Sistemática: La razón y la revelación, el ser y Dios, I (Sígueme, 2009), 193. ↩︎

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *