el buen samaritano
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El buen samaritano: una historia que incomoda

Reflexión sobre Lucas 10:25-37

Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata[g] y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. (Lc 10:33-35)

La historia del buen samaritano es de las más conocidos, y tiene sentido que sea tan popular, ya que encierra un mensaje profundo. Pero esa profundidad la encontramos en su simpleza. La historia del buen samaritano nos muestra múltiples enseñanzas de una manera simple y práctica. Es una historia que logra conectar con cualquier persona, porque en cualquier momento, cada uno de nosotros y nosotras podríamos estar ahí.

Un experto no tan experto

La historia que nos viene narrando el evangelista comienza con un experto en la ley. Alguien que, aparentemente, se las sabía de todas a todas, como decimos comúnmente. Sin embargo, este experto llega con una pretensión ante Jesús. La pregunta con la que inicia es: ¿Qué necesito hacer para heredar la vida eterna?

Jesús, en lugar de darle una respuesta directa, lo remite a su propio campo de conocimiento. Le pregunta: ¿Qué dice la ley? El experto, muy seguro de sí mismo, responde con parte del mandamiento más importante: Amar a Dios y amar al prójimo. Evidentemente, lo tenía claro. Entonces, la verdadera pregunta es: ¿Por qué se acerca a preguntarle a Jesús?

El experto en la ley buscaba validación a su propio conocimiento. Creía que ya lo había logrado todo, que estaba del lado correcto. Su arrogancia no le permitía ver más allá de lo que le habían enseñado y lo que él mismo había repetido hasta el cansancio. Tenía clara la doctrina, tenía la opinión correcta (la ortodoxia). Pero Lucas nos lleva un poco más allá: el experto lanza una segunda pregunta a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

¿Quién es mi projimo?

Para el judaísmo tradicional, el prójimo era alguien del mismo pueblo, de origen israelita; los demás no lo eran. Además, incluso entre los de su propio pueblo, había reglas: para poder acercarse al prójimo, debía ser alguien legalmente puro, con una moral intachable. No podía estar enfermo y, mucho menos, podía haberse tocado un cadáver.

El experto en la ley no está buscando una respuesta sincera; está buscando confirmación. Quiere que Jesús lo elogie, que le diga que él sí es puro, que él sí es el prójimo ejemplar. Pero Jesús le da un giro radical a la conversación, y lo confronta con una historia que desmonta toda esa lógica religiosa.

El buen samaritano

Jesús cuenta una historia que, en su estructura, era común en la tradición judía: tres personajes que se encuentran con una persona necesitada. Primero pasa un sacerdote, luego un levita… hasta ahí todo normal. El final esperado sería que un judío devoto, que conoce bien la ley, fuera quien actuara con compasión. El experto en la ley, seguramente, esperaba verse reflejado en ese tercer personaje. 

Pero Jesús da un giro que descoloca por completo: el protagonista es un samaritano. Aquel que menos esperas, quien menos imaginas, el rechazado, el que consideras fuera de tus círculos, él es quien actúa correctamente. 

Un samaritano era considerado alguien de segunda clase. Aunque tenían ascendencia israelita, eran vistos como impuros por haberse mezclado con otros pueblos. Los judíos los despreciaban tanto que ni siquiera los consideraban plenamente humanos. Para muchos, los samaritanos no tenían dignidad.

Es ahí donde Jesús da un giro radical, aquel que menos esperas, quién menos imaginas, el rechazado, el que consideras fuera de tus circulos, él es el que actua correctamente. El samaritano fue el que entendió quién era el projimo, fue quien siendo nadie lo fue todo, porque entendió el mensaje de Dios, amar al projimo es amar a quién está golpeado, necesitado, herido. Amar al projimo no sólo es acompañarlo, sino llevarlo a un lugar seguro y pagar para que pueda recuperarse y estar bien.

Y, sin embargo, fue el samaritano quien entendió quién era el prójimo. Fue quien, siendo nadie, lo fue todo. Porque comprendió el corazón del mensaje de Dios: amar al prójimo es amar al que está herido, golpeado, abandonado. Amar al prójimo no es sólo acompañarlo, es cuidarlo activamente, llevarlo a un lugar seguro, pagar su recuperación, hacerse cargo de su bienestar.

El samaritano, siendo nadie para el sistema religioso, lo fue todo en el Reino De Dios porque eligió detenerse y hacerse cargo del dolor ajeno.

Una lección profunda e incómoda

Jesús nos enseña aquí una lección profunda e incómoda de una manera sencilla. Muchas veces buscamos aceptación porque nos sentimos seguros de nuestras creencias, de nuestras acciones. Sin embargo, Jesús nos dice: tal vez aquella persona que menos te imaginas ya ha entendido lo que Dios ha demandado. Tal vez aquellos que has considerado nadie, que condenas, que miras con desprecio o desde tu supuesta superioridad moral, son precisamente quienes están viviendo el amor y la misericordia de Dios con más fidelidad que tú.

Por otro lado, lo que busca Dios de nosotros es amar al prójimo. No sirve de nada tener la doctrina correcta o la teología más refinada si no estamos amando al prójimo. Y muchas veces, ese amor implica incomodarnos, salir de nuestro camino, tocar lo impuro, acercarnos al herido, al rechazado, al que piensa distinto. Amar al prójimo no es un sentimiento superficial, sino una práctica concreta que nos descentra, que nos exige actuar con compasión incluso cuando es más fácil mirar hacia otro lado.

¿Y si el projimo que Dios espera que ames es justo esa persona que tu sistema de creencias te enseñó a rechazar? Piensa en la persona que más te incomoda, en la persona que consideras equivocada, impura, indigna o incluso peligrosa para tu fe. Sí, esa persona está invitada a sentarse en la mesa de Jesús. Y no solo está invitada… quizás llegue antes que tú.

Y entonces, una vez más, podemos hacernos la pregunta que se hizo el experto en la ley:
¿Quién es mi prójimo?
Y volver a leer la fascinante historia que nos contó Jesús.

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