Teología

Repensar la revelación en un mundo plural: de la exclusividad al diálogo

Hablar de revelación es adentrarse en uno de los pilares más profundos de la teología. No podemos conocer a Dios por nuestros propios medios, como si se tratara de un objeto que pudiera analizarse desde la distancia. Solo podemos conocer a Dios porque Él mismo decide darse a conocer. Es Dios quien toma la iniciativa, quien da el primer impulso de esa autocomunicación que interrumpe nuestra cotidianidad y toca nuestra existencia.

Pero ese impulso no se impone como evidencia absoluta, sino que se manifiesta en la fragilidad de lo humano, en acontecimientos, experiencias y palabras que solo se vuelven revelación cuando alguien cae en la cuenta, cuando esa iniciativa divina colapsa —o mejor dicho, coincide— con nuestra vida concreta.

En este sentido, toda teología nace de hechos reveladores: momentos en que el ser humano experimenta, interpreta y responde a una presencia que lo desborda. Por eso, la revelación no solo es la fuente fundamental de la teología, sino también su límite: no hablamos de Dios porque lo poseemos, sino porque hemos sido alcanzados por Él.

Entre encuentro, interpretación y contexto

Sin embargo, también debemos preguntarnos a qué llamamos revelación, o en dónde encontramos la revelación de Dios. Tal vez muchos dirán que la Biblia es la única fuente fiable, y si bien es cierto que es una fuente fiable, también dependerá del encuentro que tengamos con ella. El modo de interpretarla sin duda generará sistemas teológicos o dogmáticos que estarán bajo la visión de aquel que encontró en ella una revelación, como bien señala el teologo Alberto F. Roldán:

“La situación existencial, entonces, modifica nuestro modo de interpretar y, a la vez, somos modificados por esa interpretación con el fin de modificar la realidad”.1

La forma en la que veamos una revelación va a influir en la manera en que hagamos teología, pero también lo va a ser el contexto en el que vivimos. Por eso es importante, que si pretendemos hacer una teología que responda a nuestros contextos, hagamos el esfuerzo al estilo de Andrés Torres de Queiruga de repensar la revelación.2 Y el desafío está en encontrar lo que verdaderamente significó la revelación a aquellos que le dieron forma a la religión cristiana, en este sentido también encontramos como fuente de la teología a la tradición.

Revelación y apertura al diálogo

Es interesante como la misma forma de entender la revelación puede llevarnos a responder a un mundo globalizado, intentando tender puentes entre religiones cristianas y no cristianas sin perder nuestros fundamentos de la fe. Y es que esta revelación es entender que Dios se revela al hombre en la historia, como bien lo expresa el teólogo Guillermo Restrepo:

“en un encuentro de quien se comunica y de quien cae en la cuenta de tal revelación divina”.3

Este cambio de visón de la revelación abre un mar de posibilidades, saliéndonos de la esfera exclusivista sin perder el fundamento de nuestra fe.

La misma Biblia tendría que ser vista como un documento donde encontramos revelaciones originales entendiendo la humanidad y falibilidad de sus escritores y escritoras. Paul Tillich entiende la Biblia como un documento que recopila los testimonios originales de quienes participaron en acontecimientos reveladores, él mismo señala que ese documento dependió totalmente de la respuesta receptiva de las personas que entendieron la revelación,

“La inspiración de los escritores bíblicos radica en su respuesta, receptiva y creadora a unos hechos potencialmente reveladores”.4

Torres de Queiruga entiende la revelación no como algo que apareció como palabra hecha, como oráculo de una divinidad escuchado por un vidente o adivino, sino como experiencia viva, como ese proceso en el que hombres y mujeres cayeron en cuenta a partir de sugerencias y necesidades del entorno.5 Es decir, la revelación nació en un tiempo, cultura y situación específica, esa revelación original fue recordada como atributó de Dios dando pie a nuevas revelaciones que de igual forma respondían y siguen respondiendo a nuestro entorno.

Conclusión

Sin duda la revelación seguirá siendo un tema al que hay que volver de vez en cuánto, pensarlo y repensarlo. La revelación es un hecho vivencial, existencial, que responde a nuestro tiempo y cultura, Dios es el que toma el primer impulso de esa autocomunicación, pero depende de nosotros caer en cuenta.

Repensar la revelación no significa debilitar la fe, sino fortalecerla desde su raíz más profunda: el encuentro. Si Dios toma la iniciativa, nosotros estamos llamados a responder, no desde la repetición ciega de fórmulas heredadas, sino desde una conciencia abierta al tiempo, a la historia y a la diversidad humana.

Entender la revelación como un acontecimiento vivo, contextual y plural nos permite salir del exclusivismo teológico sin renunciar a nuestra fe. Nos permite dialogar sin miedo, reconocer la humanidad en las Escrituras, y encontrar a Dios no solo en el texto, sino también en el mundo que nos interpela.

Volver a pensar la revelación es, en última instancia, volver a preguntarnos si aún somos capaces de caer en la cuenta de ese impulso divino que sigue buscando nuestro nombre en medio del ruido de la historia.

  1. Alberto F. Roldán, ¿Para qué sirve la teología? (Grand Rapids, Michigan: Libros Desa=o, 2011). ↩︎
  2. Andrés Torres Queiruga, Repensar la revelación: la revelación divina en la realización humana (Madrid: TroMa, 2008). ↩︎
  3. Luis Guillermo Restrepo Jaramillo, Revelación cris=ana y pluralismo religioso (Manizales, Caldas: Centro Editorial Universidad Católica de Manizales, 2017). ↩︎
  4. Paul Tillich, Teología Sistemá=ca: La razón y la revelación, el ser y Dios, vol. I (Salamanca: Sígueme, 2009). ↩︎
  5. Torres Queiruga, Repensar la revelación. ↩︎

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