Es común entre los cristianos considerar que el Antiguo Testamento es un conjunto de leyes rígidas, textos antiguos difíciles de entender o incluso irrelevantes frente al mensaje de perdón, amor y gracia del Nuevo Testamento. Para muchos, representa una parte de la Biblia que debe ser leída con precaución o directamente evitada. Esta percepción, aunque comprensible por la distancia cultural y teológica, no solo empobrece la comprensión bíblica, sino que distorsiona el testimonio de fe que contiene.
Reducir el Antiguo Testamento a la ley es desconocer que también está compuesto por historias, oraciones, poesía, sabiduría popular y denuncias proféticas profundamente vigentes. Es olvidar que Jesús, sus discípulos y las primeras comunidades cristianas se formaron y vivieron espiritualmente a partir de estos textos. Recuperar su riqueza no significa negar sus desafíos, sino abrirse a una lectura más honesta, crítica y espiritual.
I. El nombre importa: ¿Por qué Primer Testamento?
Llamarlo Antiguo Testamento ha sido la convención por siglos en la tradición cristiana. Sin embargo, el uso del término antiguo puede cargar con una connotación que no hace justicia a su riqueza y vigencia. Lo antiguo suena a superado, caduco, sustituido por algo nuevo y, por ende, mejor. Es decir, se perciben ideas estáticas y frías: viejo, ley y castigo. Esto no solo afecta la forma en que se percibe esta parte de la Biblia, sino también cómo se lee: como si su único propósito fuera preparar el camino al Nuevo Testamento.
Hablar de Primer Testamento no es un simple juego de palabras, sino una opción teológica. Primero indica prioridad narrativa y fundacional: es el comienzo del diálogo entre Dios y su pueblo. Es el terreno donde se echan las raíces de la fe bíblica. Además, evita el tono peyorativo o de reemplazo. El pueblo de Israel nunca consideró que su Escritura quedara anticuada; al contrario, la actualizaba constantemente en su liturgia, su memoria y su interpretación. Con esto podemos llevar nuestra percepción a ideas más dinámicas y de vida: poesía, lucha, profecía y justicia.
II. Una polifonía de voces: el Antiguo Testamento como discurso sobre Dios
Walter Brueggemann subraya que el Antiguo Testamento no tiene una única voz, sino muchas. Esta multiplicidad, lejos de debilitar su autoridad, es precisamente lo que ha permitido que el texto perdure: “el poseer muchas voces como la voz del texto, ha permitido al texto persistir con autoridad y ha permitido que su comunidad de escucha primaria perdure a lo largo del tiempo, atravesando muchos trabajos y peligros”.1
Estas múltiples voces no se disuelven en contradicción, sino que configuran una conversación sagrada en la que diferentes generaciones y contextos han dicho algo verdadero sobre Dios. Es este carácter dialogal y abierto lo que hace del Primer Testamento una fuente inagotable de interpretación, y no un sistema cerrado de dogmas. Esta polifonía también permite a los lectores modernos insertarse en esa misma conversación, descubriendo que la Escritura no impone un pensamiento único, sino que modela una espiritualidad que admite el clamor, la duda, la protesta y la esperanza.
Uno de los errores más comunes al acercarse al Primer Testamento es esperar de él una teología sistemática o un mensaje único, lineal y coherente. Sin embargo, lo que encontramos es un texto que se parece más a una asamblea plural de voces que, desde sus contextos históricos, culturales y espirituales, intentan comprender el misterio de Dios. El pueblo de Israel, quizo mantener esos multiples testimonios, porque encontraba en ellos un mensaje que valía la pena ser preservado, contado y reinterpretado.
Por ejemplo, el Dios de los Salmos es el pastor tierno que cuida (Salmo 23), pero también el Dios que parece ocultarse y guardar silencio en medio del dolor (Salmo 88). En Job, se nos muestra un Dios que cuestiona las lógicas humanas de justicia, mientras que en Proverbios se exalta a un Dios que premia al justo y castiga al malvado. Estas tensiones no deben verse como errores, sino como signos de una fe viva que no teme dialogar, protestar ni confesar.
Brueggemann sugiere que el auténtico tema del Antiguo Testamento no es simplemente Dios (theos), sino el discurso sobre Dios (logos): “Decir que Dios es el tema de la teología, no obstante, es tomar solo el theos de la teología. En esta también existe el elemento discursivo (logos). Así, nuestro auténtico tema es el discurso sobre Dios, sugiriendo una vez más que nuestra labor tiene que ver con la retórica”.2
Esto implica que no solo nos interesa lo que se dice de Dios, sino cómo se dice. La forma, la metáfora, la estructura literaria, son parte del contenido teológico. En otras palabras, la teología bíblica no es un catálogo de doctrinas, sino un entramado de discursos (poéticos, narrativos, legislativos, proféticos) que juntos articulan la compleja relación entre Dios y su pueblo. Reconocer el carácter retórico del texto es afirmar que leer el Primer Testamento es entrar en una forma de hablar y escuchar que transforma tanto al lector como a la comunidad.
Lejos de ofrecer respuestas fáciles, el Primer Testamento enseña a sostener el conflicto, a orar desde la herida, a esperar desde la ruina. Es una fe encarnada en la historia, narrada desde la poesía, la memoria y la resistencia.
III. Los desafíos de leer el Primer Testamento hoy
José Luis Sicre, en su “Introducción al Antiguo Testamento”, advierte que enfrentarse a estos textos exige preparación y actitud crítica. El lector contemporáneo se encuentra con tres grandes tipos de dificultades:3
1. Dificultades científicas: El mundo del Primer Testamento es premoderno. Su cosmología, su comprensión de la naturaleza, su lenguaje, responden a otro paradigma. Por ejemplo, Génesis 1 presenta una creación en siete días con un firmamento sólido. No se trata de error científico, sino de un lenguaje simbólico y religioso. Pretender una lectura científica literal es descontextualizar el texto.
2. Dificultades históricas: No todo lo que se narra ocurrió como lo cuenta la Biblia. Hay relatos que condensan tradiciones orales, otros que reinterpretan el pasado desde el exilio o la restauración. El ejemplo de los libros históricos (como Jueces o Reyes) muestra cómo se recuerda el pasado para dar sentido al presente. El problema no es su historicidad, sino cómo esa historia se convierte en memoria teológica.
3. Dificultades teológicas: Hay imágenes de Dios que incomodan: Dios que ordena guerras, castigos colectivos, o que parece favorecer a un pueblo sobre otro. Estas representaciones deben leerse en su contexto. Son parte de una fe que se está construyendo, que aún no ha llegado a su plenitud. Aquí la hermenéutica es indispensable: leer desde Cristo, pero sin borrar la voz original del texto.
Estas dificultades no son obstáculos para rechazar el texto, sino invitaciones a una lectura más profunda, en diálogo con la tradición, la razón y la experiencia. Superarlas no implica domesticar el texto, sino acogerlo en su diversidad y reconocer que su función no es simplemente informar, sino transformar.
IV. El testimonio como centro
Para Gerhard Von Rad, el Primer Testamento no puede entenderse como un conjunto de doctrinas abstractas, sino como una historia narrada desde la fe. La teología israelita no se construye desde conceptos, sino desde hechos vividos que fueron recordados, celebrados y reinterpretados constantemente. Por eso, su centro es una confesión histórica: Israel conoce a Dios por lo que ha hecho, no por una definición. Esta teología se expresa en fórmulas litúrgicas, himnos, discursos proféticos, y sobre todo en relatos que narran la acción de Dios desde la perspectiva de la comunidad creyente.
Por eso, para Von Rad, el corazón del Primer Testamento es la confesión de fe en un Dios que actúa en la historia, y una de las expresiones más antiguas y concentradas de esa fe se encuentra en Deuteronomio:
… Mi padre fue un arameo errante y descendió a Egipto con poca gente. Vivió allí hasta llegar a ser una gran nación, fuerte y numerosa. Pero los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos sometieron a trabajos forzados. Nosotros clamamos al Señor, el Dios de nuestros antepasados, y él escuchó nuestro ruego y vio nuestra miseria, nuestro trabajo y nuestra opresión. Por eso el Señor nos sacó de Egipto con actos portentosos y gran despliegue de poder, con señales, prodigios y milagros que provocaron gran terror. Nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, donde abundan la leche y la miel.(Dt. 26:5-9)
Sobre este texto, comenta: “Este texto no es una oración, pues carece de invocaciones y súplica; todo él es una profesión de fe. Recapitula los datos principales de la historia salvífica desde la época patriarcal – el arameo es Jacob -, hasta la conquista de Canaán, con una rigurosa concentración sobre los hechos objetivos”.4 Esta confesión es histórica, pero no solo en sentido cronológico, sino como experiencia fundante. Israel declara que Dios lo ha liberado, acompañado y conducido. Esta estructura narrativa está presente en muchos otros textos (como Josué 24 o Salmo 136), y se convierte en la columna vertebral de la fe del pueblo. Incluso en momentos de crisis o exilio, Israel no deja de contar su historia con Dios.
Este Dios actúa liberando (Éxodo), legislando (Sinaí), acompañando (desierto), pero también juzgando y restaurando (profetas). Israel recuerda, celebra y transmite esta historia en su culto, en sus leyes, en su literatura sapiencial y en su protesta profética. Toda esta diversidad apunta a un mismo eje: la fidelidad de Dios y la vocación de un pueblo llamado a vivir según esa fidelidad.
Este enfoque tiene implicaciones profundas: significa que la Escritura no ofrece una fe teórica, sino una memoria viviente, contada con gratitud y, a veces, también con dolor. Leer el Antiguo Testamento con Von Rad es entrar en ese movimiento de memoria, reinterpretación y esperanza, en el que Dios se manifiesta en la historia concreta de un pueblo.
V. Cristo en el Primer Testamento: riqueza más allá de la tipología
Como cristianos, estamos formados en la convicción de que toda la Escritura apunta a Cristo. Esto ha llevado a muchos a leer el Primer Testamento buscando tipos, símbolos, tipologías y profecías que se cumplan en Jesús. Esta lectura no es ilegítima, y tiene un respaldo en la tradición apostólica. Sin embargo, si se convierte en la única forma de leer, puede empobrecer la riqueza del texto.
Cuando el único interés es encontrar a Cristo en cada página, podemos pasar por alto el sentido original que esos textos tuvieron para el pueblo de Israel. Perdemos de vista el peso político, social y religioso de la denuncia profética; la compasión concreta de Dios por el huérfano, la viuda y el extranjero; la voz que se levanta desde el exilio, desde la ruina, desde el silencio de Dios. También olvidamos que muchos textos nacen de experiencias límite (guerra, hambre, deportación) en las que el pueblo no pensaba en una redención futura sino en sobrevivir con fe.
Rescatar el valor del Primer Testamento como palabra dirigida a Israel es reconocer que Dios ha hablado de muchas maneras. Cristo no anula esas voces, sino que las recoge, las prolonga, las llena de sentido y las lleva a las últimas consecuencias. Escuchar el Primer Testamento sin necesidad de forzar la tipología cristológica en cada versículo nos permite entrar en diálogo con una fe que aún nos habla desde sus propias preguntas, convicciones y esperanzas.
VI. Una palabra viva
Leer el Primer Testamento hoy es asumir una responsabilidad hermenéutica: no podemos leerlo igual que en el siglo I ni ignorar sus desafíos. Pero tampoco podemos dejarlo de lado, como si fuera una reliquia superada. Su palabra sigue viva cuando una comunidad se atreve a orar un salmo de lamento, cuando alguien encuentra en Job una voz para su dolor, cuando un pueblo recupera a los profetas para denunciar la injusticia. Es palabra viva porque no habla desde la perfección, sino desde la historia, la carne, la pregunta y la esperanza.
Por eso lo llamamos Primer Testamento. Porque es el primer paso, la raíz, el fundamento desde donde seguimos escuchando la voz de un Dios que, aún hoy, nos llama a ser su pueblo.
“Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 119:105).
Conclusión
La lectura del Primer Testamento es una invitación a encontrarse con la complejidad de la fe bíblica, no como un sistema cerrado de normas o predicciones, sino como una conversación abierta entre Dios y su pueblo. Como cristianos, es natural querer encontrar a Cristo en sus páginas, pero esa búsqueda no debe silenciar la voz original del texto. Los salmos, la sabiduría, la historia y los profetas no solo preparan el camino al Evangelio, sino que contienen, en sí mismos, una teología vibrante que ha sostenido a generaciones.
Ignorar esa riqueza equivale a perder de vista el corazón palpitante de la Escritura: un Dios comprometido con la justicia, la liberación, la compasión y la esperanza. En cada texto del Primer Testamento se manifiesta una espiritualidad que no rehúye el conflicto ni el dolor, sino que busca sentido incluso en medio del silencio divino.
Por eso, más que intentar forzar una lectura cristológica en cada versículo, estamos llamados a escuchar lo que el texto dijo a su tiempo y lo que sigue diciendo al nuestro. El Primer Testamento no es una sombra superada, sino un pilar fundamental de la fe, una palabra que resiste el paso del tiempo porque nace de la vida misma.
Volver a él con humildad, respeto y deseo de aprender es redescubrir una parte esencial de nuestra herencia espiritual. En sus páginas sigue hablándonos el Dios que camina con su pueblo, que no teme hablar con voces humanas, y que en cada generación llama, confronta y consuela.
- Walter Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento: un juicio a Yahvé: testimonio, disputa, defensa (Salamanca: Sígueme, 2007), 106. ↩︎
- Brueggemann, 135. ↩︎
- José Luis Sicre, Introducción al Antiguo Testamento (Navarra: Verbo Divino, 2012), 21-45. ↩︎
- Gerhard Von Rad, Teología del Antiguo Testamento I: Las tradiciones históricas de Israel (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2009), 131. ↩︎