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Cristianismo domesticado al servicio del Imperio: Reflexiones sobre el funeral de Charlie Kirk

¿Puede un funeral convertirse en un mitin político? ¿Puede alguien que defendió armas, fronteras cerradas y exclusión de migrantes ser proclamado mártir cristiano? ¿Qué pasa cuando se equipara la agenda de un partido con la voluntad de Dios? Estas preguntas no son retóricas: son las que emergen tras el funeral de Charlie Kirk, un evento que mostró con claridad la peligrosa fusión entre religión y poder.

Lo que se presentó como un acto de fe fue, en realidad, una operación política cuidadosamente diseñada para legitimar el conservadurismo radical bajo el ropaje de lo sagrado. El resultado no fue cristianismo, sino su negación: un anticristianismo que invierte el mensaje de Jesús para justificar poder, odio y exclusión.

Mártires: entre la memoria profética y la manipulación ideológica

En la tradición cristiana, el mártir es quien entrega su vida como testimonio de fe y amor, resistiendo la opresión y defendiendo la dignidad de los más vulnerables. Su muerte no es instrumentalizada, sino que se convierte en semilla de vida para otros, recordándonos que el seguimiento de Jesús implica asumir riesgos y cargar con la cruz del otro.

Por eso resulta paradójico que en el mismo país donde existió un Martin Luther King Jr. —asesinado por luchar por la igualdad racial y la justicia social— hoy se proclame como mártir de la fe a figuras como Charlie Kirk. Mientras King entregó su vida denunciando sistemas de opresión y buscando reconciliación, el discurso en torno a Kirk lo eleva por causas políticas como la defensa de las armas, el nacionalismo excluyente o el rechazo a los migrantes.

El contraste no podría ser más claro: en lugar de encarnar la memoria profética de los mártires, el funeral de Kirk muestra cómo el concepto puede ser manipulado ideológicamente. Convertirlo en santo de una causa política no libera, sino que excluye y domina; no da testimonio del evangelio, sino que lo despoja de su raíz evangélica para transformarlo en bandera de poder.

La fusión de religión y poder: un recorrido histórico de religión y poder: un recorrido histórico

No es la primera vez que el poder político usa lo religioso como cemento social:

  • Constantino (siglo IV): convirtió el cristianismo en religión imperial, donde disentir era traicionar al Estado.
  • Edad Media: el papado legitimaba monarcas y cruzadas, sacralizando guerras y persecuciones.
  • Reforma y Estados confesionales: la fe impuesta como política de Estado desencadenó guerras religiosas.
  • Colonialismo: cruz y espada marcharon juntas, legitimando esclavitud y genocidios.
  • Nacionalismos modernos: ser buen cristiano se identificaba con ser buen patriota.
  • EE.UU. contemporáneo: la derecha evangélica legitima causas como armamentismo, xenofobia y supremacismo cultural en nombre de Dios.

En todos estos casos, el resultado fue el mismo: una fe domesticada que, en lugar de denunciar la opresión, la justificó.

El mensaje oculto del funeral: rechazar a Trump es rechazar a Dios

El acto fúnebre buscó transmitir un mensaje claro: si te opones a la agenda ultraconservadora, no solo te enfrentas a un partido político, sino al mismísimo Dios. Trump y sus aliados no ocultaron esta intención. El expresidente lo llamó “mártir de la libertad americana”, y miembros de su gabinete hablaron de él como “mártir de la fe cristiana”.

Pero lo que se expresó allí no es cristianismo. Jesús no predicó odio al enemigo ni nacionalismo excluyente. Predicó amor al prójimo, incluso al extranjero; denunció a los poderes que oprimían al pueblo; puso en el centro a los pobres, a las mujeres, a los marginados. El mensaje del funeral fue, por tanto, no cristiano sino anticristiano: una traición a la radicalidad liberadora del Evangelio.

Recuperar la voz profética

Frente a esta instrumentalización, la teología tiene una tarea urgente: recordar que la fe no está al servicio de agendas políticas de poder. La iglesia es llamada a ser voz profética, no estar al servicio del imperio o de las estructuras de poder que generan opresión. El Evangelio no sacraliza el poder que oprime, sino que lo desenmascara; no legitima el odio, sino que lo confronta con el amor.

El libro del Apocalipsis es un claro ejemplo de esa resistencia al imperio. Con un lenguaje simbólico y poético, denuncia a Roma como bestia opresora y muestra que el verdadero señorío pertenece al Cordero. Es un llamado a no pactar con el poder que esclaviza, sino a mantener la fidelidad a un Dios que libera. Allí la voz profética no se acomoda al imperio, lo desafía.

La historia nos enseña que cada vez que Estado y religión se fusionan, el resultado es represión. El cristianismo auténtico no se mide en la defensa de fronteras o armas, sino en la capacidad de reconocer a Dios en el rostro del migrante, del pobre, del excluido. Ese es el verdadero martirio: dar la vida por el otro, no por un nacionalismo que divide y oprime. nos enseña que cada vez que Estado y religión se fusionan, el resultado es represión. El cristianismo auténtico no se mide en la defensa de fronteras o armas, sino en la capacidad de reconocer a Dios en el rostro del migrante, del pobre, del excluido. Ese es el verdadero martirio: dar la vida por el otro, no por un nacionalismo que divide y oprime.

Conclusión

El funeral de Charlie Kirk se presentó como acto cristiano, pero en realidad fue un espectáculo anticristiano. Lo que allí se veneró no fue la cruz de Cristo, sino la cruz convertida en estandarte político. La memoria de mártires verdaderos como Martin Luther King nos recuerda la diferencia: mientras unos mueren por liberar, otros son presentados como mártires para justificar la opresión.

Esta distinción no es un detalle menor: en ella se juega la credibilidad del cristianismo mismo. Si la fe se usa para consolidar ideologías de exclusión, pierde su esencia liberadora. Pero si recordamos que el Evangelio es buena noticia para los pobres, justicia para los oprimidos y acogida para el extranjero, podremos recuperar la fuerza profética que no legitima al imperio, sino que lo desafía. El desafío hoy es discernir qué voces hablan en nombre de Cristo y cuáles, bajo su nombre, lo traicionan.

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